minicatástrofes cotidianas

Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. ¿Quién lo dice? Pues ellos, los refraneros; unas personas que llevaban siempre encima una grabadora o dispositivo de almacenamiento externo equivalente y cada pensamiento coherente que tenían lo guardaban y posteriormente publicaban.

Hoy, concretamente, he sufrido en mis carnes la veracidad de esta frase en concreto. Me levanto temprano, con la única intención de llegar pronto a la secretaría de mi escuela (ay, ¿qué maneras son estas? escuela, lectores; queridos lectores, escuela), y cuando llego allí ya había un montón de gente (¡antes de que abrieran!). Total, que cojo el número (como la frutería, pero con más caché, con una pantalla plana para informar del turno) y me toca esperar a que 20 apurados compañeros resuelvan sus dudas y deberes con el Ente. Me siento con un amigo, ya ingeniero (oh my dog! ¡Ni cuando acabe me voy a librar del papeleo!), y en un momento dado, voy a echar mano a mi móvil... y no está.


Frak, where's my phone?

<panic mode:ON> Colega, ¿dónde está mi móvil? Sabía que lo había sacado a la calle, porque tenía constancia de ello, pero desde entonces no había realizado un phone check hasta ese fatídico momento en que me realicé de su ausencia. Me di toques desde el teléfono de mi amigo, pero lo tenía en modo vibrador y no tenía demasiado sentido proceder así con la búsqueda. Corrí hacia mi coche (no sin antes coger otro número, por no tentar a Murphy [la cola avanza mucho más rápido cuando no estás]), y ni siquiera estaba en el Huequecito del Asiento™ que tantos sustos me ha dado (llaves, el propio móvil, dinero...). Vuelvo a secretaría, miro por allí, sospecho de todo el mundo cercano a donde me había sentado, retorno a mi coche con mi amigo, y allí vuelve a no estar (¿qué esperaba? ¿que por el principio de incertidumbre, alterase la realidad al medirla, y aparecierse de repente allí mi celular...?).

Apesadumbrado, aletargado, atolondrado y muchos otros adjetivos similares, retorno a secretaría, donde me encomiendo a la noble actividad de la espera de la cola (¡aún iban por el 7!). Sentado, comienzo a planear las medidas que voy a tomar (clonar la tarjeta, tal vez comprarme otro móvil...), y me siento cada vez más descolocado cuando pienso en los números de la agenda, mensajes, fotos y demás que sólo tengo en el móvil. Todas estas divagaciones hacen que entre en una reflexión sobre el ser humano y el universo, y de cómo un simple aparatito (leitmotiv de mi carrera, para los amantes de la ironía) puede determinar y condicionar tanto nuestra forma de vida.

Afortunadamente, las operaciones que tenía que hacer en secretaría discurrieron con toda naturalidad y celeridad y me hicieron sentirme algo mejor: tenía una preocupación menos. A pesar de que había decidido pasar todo el día en la escuela, y que la esperanza de encontrar mi móvil en el colegio se reducía a un tramo de unos 25m., decidí volver a mi colegio, aferrándome a la última esperanza por encontrar al señor Motorola V3.

Et voilà! Allí estaba. <panic mode:OFF> Haciendo gala de mis conocimientos CSIescos, he sido capaz de reconstruir los hechos: esta mañana me puse unos pantalones cuyos bolsillos son algo pequeños, y de los cuales un dispositivo móvil con suficientes ganas de conocer mundo puede escapar. Al ir a montarme en el coche, el teléfono cayó al suelo, con tan mala suerte que la teoría del caos quiso que no sonara al chocar con el asfalto del suelo. Por si fuera poco, al ir a sacar el coche, literalmente atropellé a mi móvil, porque tenía la huella del neumático claramente grabada en su pantalla exterior. ¡Pobrecito! ¡Qué caro le ha salido el deseo de ver mundo! Afortunadamente, algún rayoncito aparte, el aparatito funciona perfectamente y no se le ha roto nada. Después de todo, he tenido buena suerte, pero el mal rato ha tardado un poco más en irse.

Lo más divertido de todo han sido las auténticas paranoias que han atravesado mi mente en los momentos de desesperación. Cosas como ponerme de nick "he perdido mi móvil, si alguien lo encuentra que me dé un toque", o recopilar en un post todas las referencias movileras que tenemos a lo largo del día, dame-un-toque-y-nos-vemos y envía-timo-al-7445 incluidos. Afortunadamente, nada de eso ha sido necesario y todo ha tenido un final feliz.

De todas las locuras que he pensado, me quedo con la siguiente reflexión: ¿cómo es posible que estemos tan enganchados a la tecnología? ¿...que algo tan simple como un teléfono móvil pueda, al perderse, trastocar nuestra grácil existencia? Por si acaso, un par de briconsejos: tened una copia de seguridad de vuestra agenda, puede facilitaros mucho la vida si os ocurre algún problema como el que no he llegado a tener, aunque claro, eso-no-me-va-a-pasar-a-mí; poned un papelito con vuestro correo-e en vuestra cartera; de esta forma, en caso de pérdida y en caso de persona noble, será mucho más fácil el retorno de ésta a vuestras manos.

@ 11:41

1 com.:

Anónimo dijo... 12/10/07, 0:58  

Yo estuve pensando que fue una suerte encontrate cuando llegué a la ESI.

Y he estado pensando más cosas mientras leía este post, pero ya las he "olvidado" :)

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